martes, 20 de marzo de 2012

Un hombre rehabilitado


Cuando leas esto, y confío en que lo harás, seré un hombre rehabilitado, es decir, un hombre restituido a su antiguo estado. Cierto es que todavía no podré caminar de puntillas ni correr, pero seamos francos: ¿qué necesidad hay de ello? Probablemente, Vicente del Bosque no me incluya en la lista de convocados para el Europeo, lo que sin duda redundará en perjuicio de España, pero lo que yo quería era hablarte de mi rehabilitación. Han sido dos meses yendo a la Rotger, dos meses incursionando en el sótano de la clínica. Empleo el verbo “incursionar” adrede, ya que algo hay de incursión militar, de misión espía, en el hecho de presenciar con total impunidad el día a día laboral de personas hasta entonces desconocidas. Desde la bicicleta estática (punto vigía que sólo dejaba un flanco sin cubrir) es fácil imaginar rencillas solapadas, complicidades que van más allá de la mera relación laboral, tedios disimulados y vocaciones firmes. Un microcosmos atractivo para una mente calenturienta, ávida de historias. Uno imagina a la perfección la inspiración que le produjo a Thomas Mann, a principios del siglo pasado, la visita al sanatorio donde su esposa estaba ingresada. No, no escribiré un novelón de 600 páginas, me conformo con este artículo. Y ya que llego al final, aprovecho para agradecer a todo el personal de traumatología la profesionalidad y exquisitez con que me trataron. No me malinterpreten: no voy a romperme nada para así tener excusa para volver. Lo único que lamento es no poder escuchar la crítica que este artículo merecerá.

ULTIMA HORA, 20/03/12