martes, 27 de marzo de 2012

Unas décimas de segundo

Lo que voy a narrar ocurrió hace mucho tiempo, concretamente, ayer por la tarde. Se trata de una historia de amor atemporal y urbana, una historia que duró, aproximadamente, ocho décimas de segundo, es decir, una eternidad si tenemos en cuenta la famosa canción de Antonio Vega. Aunque tal vez exagero, tal vez durara siete. En todo caso, una historia de amor, eso sí, a la última, es decir, sin soporte, fugaz. (Una vez finalizado el artículo, la habré olvidado por completo). Una Historia del ojo apta pata todos los públicos, lejos de los excesos de aquel francés llamado George Bataille. Ocurrió en un McDonald’s. Ella era una Lolita madura que, por supuesto, ignoraba la existencia del ruso que la bautizó. Me hallaba en una mesa junto a la ventana del restaurante que más presume de la calidad de sus materias primas. No recurriremos al refranero popular por ser esto un artículo respetuoso. Que nadie me malinterprete: me encanta comer en los McDonald’s. Cada vez que como en uno de sus establecimientos, salgo con una novela en la cabeza, una novela que no escribo y que se aleja de mí como la Lolita madura de este artículo. ¿Hace falta decir que avanzaba con unos auriculares ocultos tras su melena rizada? ¿Que atravesaba con gracia una calle repleta de gente como Natalie Portman en Closer? ¿Que una vez finalizado el idilio tuve que preguntarme si había sido real? ¿Y qué querrá decir que algo sea real? Lo dejo. Me siento afligido. Menos mal que en unas décimas de segundo lo habré olvidado todo.

ULTIMA HORA, 27/03/12