UNA NOCHE
Una noche,
hace tiempo, caminábamos.
De pronto,
enardecidos,
pero
conscientes
-nunca el
amor enturbia la consciencia-,
nos metimos
ahí, para besarnos,
al almacén
oscuro.
Hicimos el
amor en el más puro fuego,
junto al
peligro
-la puerta
estaba rota,
por la
acera pasaban transeúntes…-.
La vida
breve y el amor en vilo.
¿Cómo saber
si en tales ocasiones
el amor nos
preserva
o nos
destruye?
Ahora tras
el rictus con que apenas
señalo la
presencia de esa puerta,
mi consideración
me lleva lejos.
Y en la
lluvia camino.
DE TARDE EN
TARDE
A veces, de
tarde en tarde,
paso por
aquella playa.
Y nada
pediría, si se me ofreciese;
que todo
regresara, por ejemplo.
Disimulo
quién soy, si me siento a una mesa
y acude el
camarero
que nos
atendía.
Es como si
dijera: yo no he sido
nadie,
yo no he
tenido
nada.
Y sin
rencor lo digo,
con
impreciso gesto, con oscuro
semblante.
Pues esta
sensación es verdadera:
no hay que
sacar de nada conclusiones.
Y menos que
de nada de aquellos días muertos
que no
deben, por respeto, ni mencionarse.
DESPEDIDA
He venido,
ya lo comprendes bien, sólo por una tarde;
he venido a
decirte que todo da lo mismo.
Vivir es
finalmente un duro encuentro
en un lugar
vacío.
Te
contemplo. Estás muda, ahí arriba;
arriba,
bajo el techo,
junto a la
viga.
En esta
habitación de los días remotos
te
apareces,
en esa
mancha en la pared,
alegre o
triste, ya no importa mucho,
puesto que
nada habremos de decirnos.
¿Te quise?
Qué pregunta.
Y es que lo
vano del presente,
su
ingravidez,
la
dispersión de tantos días
todo lo
pone en duda: tú, yo mismo.
¿Y te
guardo rencor?
Obvio es
que no, con tales presupuestos.
La verdad
es la suma
de un
tiempo ya vencido.
A esa
mancha, debajo de la viga,
no le
guardo rencor, tampoco.
Ya digo, es
más complejo
-y es peor,
todavía-.
Así pues,
te contemplo, simplemente.
Estás ahí,
sentada,
en ningún
tiempo ya,
duende de
mi extravío.
Y, si
quisiera hablarte,
peor sería.
La palabra
levanta mucho polvo.
En esta
transparencia
donde el
mundo se aclara,
no es que
me encuentre bien,
pero
respondo a propia lejanía.
He seguido
viviendo.
Ya sabes:
duro lecho.
Aquí todo
empezó y concluye todo.
Adiós. Al
menos, es verdad
que estás
ahí, callada,
como todas
las cosas,
como si nunca
hubieran existido.
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Estos tres poemas pertenecen a Extravío (1991) y conforman la penúltima parte
del libro titulada “Con oscuro semblante”. No son, desde luego, los más
representativos del estilo del autor, que cultivó lo que podría llamarse una
poesía metafísica. .
Así se veía César Simón como poeta (copio del libro Cómo tratar y maltratar a los poetas, de
José Luis García Martín):
“De Cernura y de mi generación me separa mi desinterés por la perspectiva ética. Para mí, como poeta, las valoraciones éticas carecen de sentido. Las actitudes éticas proceden del que se expresa desde un sistema; yo me he expresado siempre desde fuera. ¿Cómo? Como si todavía no hubiera sido presentado en sociedad. He sido, y creo que soy, un poeta de aledaños, de senderos y espacios vacíos. Merodeo por los pueblos sin entrar en ellos. El ágora no se ha hecho para mí. Encuentro que mi tema recurrente es el enfrentamiento con el mundo, con el hecho de existir, como una tarea previa y abrumadora que todavía no me he quitado de las manos”.
En párrafos anteriores, el crítico y poeta García Martín
escribe:
“La riqueza de una literatura se mide no sólo por sus grandes nombres, por los escritores de máxima audiencia, por las figuras de primera fila. Junto al universo lírico de Juan Ramón Jiménez tiene un sitio el pequeño planeta de Fernando Fortún, la luminosidad de Ungaretti no oscurece por completo el más limitado fragmentarismo de Sandro Penna, el genio de Pessoa no hace desdeñable la obra menor, pero no menos genial, de su amigo Mário de Sá-Carneiro.
En la generación del cincuenta, al lado de los poetas más conocidos y citados –los Ángel González, Gil de Biedma, Valente–, hay otros que, por la índole misma de su obra, nunca podrán tener idéntica difusión. Se trata de autores como Ricardo Defarges o César Simón, de obra breve y marginal, no por razones de sociología literaria –desatención de lectores y editores–, sino por otras más profundas que tienen que ver con su concepción del mundo”.